El sol en el horizonte de Texas apuró sus últimas horas mientras iniciaba su ocultación. Un Dodge Monaco verde y dorado giró rumbo a AT&T Way. Dentro, un conductor vestido de traje negro, camisa blanca, corbata negra delgada y sombrero no esbozó mueca alguna… quizá se debía al cansancio, hasta que en la radio del coche empezó a sonar una entrevista. Eran dos jugadores que se conocían, que conversaban amigablemente sobre fútbol americano y circunstancias.
“Is there anybody particularly around the league that you feel like should come into the [Packers] organization, can make an impact for y’all?”, le preguntó el primero al segundo. (¿Hay alguien en particular por la liga que creas que debería llegar a la organización de los [Packers] y que pueda tener un impacto para ustedes?).
“I mean, the dude sitting right next to me,” le replicó el segundo. “That’d be pretty cool… What would your take be on coming to Green Bay, man?” (Quiero decir, el tipo que está sentado justo a mi lado. Eso estaría bastante bien… ¿Qué opinas tú de venir a Green Bay, amigo?)
“Alright, listen,” armándose de valor, contestó el primero. “I’m one of them Druski 360 dudes, you feel me? I’m a for-lifer. I can’t go nowhere. Me and Jerry Jones, we done talked, that’s my dog.” (De acuerdo, escucha: soy de esos tipos de Druski 360, ¿me entiendes? Soy de por vida. No me voy a ningún lado. Jerry Jones y yo ya hemos hablado; es mi colega.)
Fue entonces cuando una mueca de satisfacción surgió en la cara del conductor. Y surgió por dos motivos. Uno, por la conversación. Dos, porque ya había llegado a su destino.
Y no, no estoy diciendo que, a partir de aquel día, que a partir de aquella conversación entre Micah Parsons y Jordan Love en el podcast “The Edge”, quedase un runrún que invitara a la rumorología. Para nada. Es más, Micah declaró su amor por Dallas, proclamándose un “for-lifer”, como ya se había leído. (7 de febrero de 2025, episodio en vivo de The Edge en Nueva Orleans.) Pero estaba claro que esto no era cómo empezaba, sino cómo acababa. Y, precisamente, no acabó bien para Jerry Jones y su franquicia.
Las negociaciones se habían alargado demasiado. Se habían enquistado de tal manera que llegó lo que ningún aficionado a los Cowboys deseaba: el 1 de agosto de 2025, Micah Parsons presentó públicamente la solicitud de traspaso. Estaba dispuesto a abandonar la ciudad a la que le había jurado amor.
Algunas voces conjeturaron que bien podía ser una estrategia para sacar el máximo dinero posible. En el fondo, Parsons quería ser el jugador mejor pagado de la liga que no fuera de la posición de quarterback. Otras voces dijeron que su tiempo había llegado y que Micah iba a cambiar de ciudad.
Mientras tanto, el 2 de agosto de 2025, el propio Jerry Jones salió a escena para enfriar el ambiente. “Don’t lose any sleep [over it]”, dijo a la afición. Y remachó: “This is a negotiation… Does it blow me up? Somebody to say, ‘Look, trade me.’ That’s just not a flare sign for me at all in any way.” Jones sostenía que no iba a haber traspaso, que era imposible, porque creía que habría acuerdo para la renovación. A partir de ahí, dio la impresión de que la comunicación fue mínima: al menos hacia fuera no trascendieron señales de acercamiento entre los Cowboys y David Mulugheta (agente de Parsons).
Y entonces llegó la imagen que incendió la conversación: quizá la desidia o, quién sabe, por simple protocolo, hizo que Micah Parsons apareciera tumbado en una camilla en el último partido de pretemporada ante los Falcons. El momento, captado por las cámaras, se viralizó en cuestión de minutos y copó las tertulias deportivas en Estados Unidos. A pesar de las explicaciones posteriores, fue imposible aplacar el fuego originado por lo que se vio. Desde fuera, dio la impresión de que la comunicación seguía siendo mínima: ni los Cowboys, por un lado, ni Mulugheta, por otro, ofrecieron señales claras de acercamiento.
Con ese telón de fondo, las casas de apuestas empezaron a listar posibles destinos. Titans, Rams, Patriots, Eagles y Chargers aparecieron en la conversación, y también los Packers; aun así, lo mejor pagado seguía siendo la renovación. Yo era uno de los incrédulos. Dudaba que pudiera realizarse el traspaso. Pensaba que Jerry Jones, al final, acabaría pagando lo que Parsons deseaba a través de su agente. Al final, los rumores pueden estar bien encaminados o no, pero todo se acaba poniendo negro sobre blanco y el rumor se convirtió en realidad: los Packers estaban interesados.
El 28 de agosto de 2025 llegaron primero los avisos y, enseguida, la confirmación: Micah Parsons fue traspasado a Green Bay. Los Cowboys lo anunciaron de forma oficial y, a los pocos minutos, los Packers publicaron su nota. El acuerdo incluyó a Kenny Clark y dos elecciones de primera ronda (2026 y 2027). Con eso, la conversación dejó de ser condicional: ya no había hipótesis; había destino.
De una posible renovación con Cowboys se pasó a solicitar el traspaso y… a ser traspasado a Green Bay y renovado por los Packers. Aún hoy, algunos aficionados queseros no pueden aceptarlo, porque resulta increíble, un final de cuento de hadas. Renovado por cuatro años y 188 millones de dólares, con 120 millones garantizados al firmar y 136 millones en total garantizados, cifras que lo situaron como el jugador mejor pagado de la liga que no juega en la posición de quarterback, Parsons quedó listo para todo. En cuestión de horas, el eje del debate cambió del “si pasara” al “qué significaba que hubiera pasado”.
No creí que hiciera falta alargarse más en lo evidente. La llegada de Micah Parsons no abrió una ventana para devolver el Lombardi a casa, sino, más bien, un balcón entero.
Al final, dejamos a nuestro querido conductor recién llegado a su destino. Acto seguido salió del Dodge y esperó pacientemente a que una puerta se abriera. Se arregló la corbata y el sombrero, pero no se quitó las gafas de sol. No quería que aquel atardecer maravilloso le deslumbrara.
Mientras tanto, dentro del AT&T, un hombre se ponía el mismo traje que el hombre que le aguardaba… mismo sombrero, mismas gafas y misma corbata. Un guardia le dio un protector bucal y le sonrió. “Te echaremos de menos, Micah”. Este le dio un abrazo, se separaron para recuperar las formas y asintió. “Nos vemos a finales de septiembre, amigo”.
La puerta, por fin, se abrió y, al otro lado de la calle, vio el majestuoso Dodge Monaco. “Lambeau or Bust” se leía en una de sus múltiples pegatinas. “The Bears Still Suck” era otra de ellas. Con paso tranquilo y parsimonioso llegó a la altura del conductor. Se quedaron mirando uno frente al otro unos breves momentos que se rompieron por los nombres propios de los trajeados y por un abrazo fraternal.
Ambos subieron al coche y el alumbrado público hizo su aparición. Jordan, el conductor, empezó a buscar una emisora hasta que encontró una canción de blues que parecía reconocerlos. Mientras el coche se alejaba de AT&T Way, Micah echó un vistazo a la parte trasera. Allí vio un playbook que, rápidamente, cogió para estudiar su parte. En la portada, escrito a mano: “It’s third and long somewhere”.
Un semáforo los detuvo. Jordan miró a Micah. “Tenemos una misión”, le dijo. “Perfecto, reunamos a la banda”, le contestó. El coche, poco a poco, se adentró en el horizonte, perdiéndose en él, mientras en la radio sonaba “Sweet Home Green Bay”.